jueves, 28 de enero de 2010

El bravo ejército español

Vaya lo que me sucedio el otro día, digno de la mejor película española de humor, os cuento:
Por motivos que no vienen al caso, fuí invitado a asistir a un acto que se celebraba en cierto cuartel militar del cual por motivos obvios no voy a dar detalles, no quiero que nadie salga afectado de forma negativa por este relato.
Al acercarme con el coche a punto de control de entrada unas vallas detuvieron mi camino y un soldado amablemente me indicó que debía pasar por cierta oficina para que me hiciesen un pase, oficina que quedaba a unos 30 metros de la valla en la que estaba. Pues bien, aparque el coche y presto fuí hacía la oficina.
Llovía bastante, por lo que el trayecto entre el coche y la oficina lo hice a la carrera. Al llegar a la puerta de la oficina pude leer un letrero en la puerta: "Por favor, cierren la puerta", enseguida vi que la puerta no tenía muelle de cierre, o bien lo tenía roto. El caso es que me pareció lógico el tema pues con la puerta abierta se escapaba el calor que tenían en la oficina, el caso es que cerré la puerta como indicaba el cartel.
En un mostrador había un soldado que amablemente me solicitó mi documento de identificación y el número de la matrícula del coche y aquí empieza la peripecia.
Como para los número no soy excesivamente bueno, le di el número de matrícula que yo recordaba y que, os podéis imaginar, no era el de mi coche.
Con mi pase en el cual iba impreso el número de matrícula erróneo me voy para el coche y cuando, seguía lloviendo, estoy frente al coche me da por mirar la matricula, ya veís lo seguro que estaba del tema, ¡Horror! ¡Me he equivocado!, no se como todavía me sorprendo de estas cosas.
Ahora tengo que volver, explicar, ...; con lo formales y disciplinados que son estos militares, a ver como se lo toma.
Vuelvo corriendo a la oficina, abro la puerta entro y no la cierro, vaya no hago caso al cartel pues entre la lluvia y los nervios se me olvida.
El soldado que había me dice de forma casi nervisoa: "Por favor cierra la puerta". Yo que no me había percatado de haberla dejado abierta, me quedo un momento parado. Me dice: "Ciérrala por favor, que entra el gato". ¿El gato?, ¿Qué gato? Se suele decir al revés: "Cierra la puerta que se escapa el gato".
Todavía seguían mis neuronas dando vueltas cuando, ¡Zas!, entró un gato negro en la oficina. Como estaba de empapado el pobre.
Digo: "El gato ya ha entrado". Madre mía la reacción del soldado: se levanta de la silla de un salto y grita: ¡Ah! ¡Qué no lo puedo tocar!
¿Qué pasa?, le pregunto.
¿Por favor sacad el gato, que no lo puedo tocar?, rozando el histerismo.
¿Quieres que lo saque yo?
¿Si por favor?
Ahí voy, me meto dentro del mostrador y buscando por debajo de mesas, impresoras, ordenadores; veo al gato.
"¿Araña?", le pregunto. "No, que no araña que ya ha ocurrido otras veces".
Cojo al gato del pescuezo, menos mal que en la casa que me crié he tenido siempre gatos y se como se las traen, y lo saco por la puerta y, venga otra vez bajo la lluvia, pobre gato.
Cierro la puerta y el soldado ya calmado, retoma su asiento y continúa con lo que está haciendo, entre otras cosas le tocaba rectificar la matrícula de mi pase.
Sin quererlo había descubierto una gran arma secreta: LOS GATOS, salvo que este gato fuese un Talibán disfrazado y yo no me hubiese percatado de tal hecho.